Mi nombre es Elias Bonet Monné, soy padre de la Aimar, Violeta y Janic; y hago guitarras. Un trabajo que se conoce con el nombre de luthier, que es una palabra muy antigua, francesa, que designaba los que hacían laúdes (Luthe). Pero también nos gusta que nos digan «guitarreros». En mi caso, me dedico exclusivamente a construir mis propias guitarras. No hago restauraciones ni reparaciones, que son trabajos muy bonitos pero que no tienen tanto que ver con lo que a mí me motiva: la búsqueda del sonido. Con cada guitarra que hago, avanzo un paso más para llegar a este sonido ideal, que sólo existe en mi cabeza, y que a cada paso que hago, se aleja también un poco más. De hecho, cada guitarra terminada te plantea nuevas preguntas.

Otra premisa importantísima para mí a la hora de trabajar es que la calidad está por encima de la cantidad. Construyo sólo doce instrumentos al año, de uno en uno, sin procesos industriales, disfrutando de cada uno de los detalles y procesos que hay que hacer para convertir un puñado de maderas, en una guitarra terminada. Desde preparar las maderas hasta aplicar la goma laca.

Me siento afortunado de poder dedicar mi tiempo a un trabajo que me encanta. Trabajar con las manos, seguir diseñando, reflexionar constantemente sobre lo que uno está haciendo, convivir con músicos de todo el mundo, con la riqueza cultural que ello supone. Por otro lado, en mi caso es un trabajo muy solitario, lo que me ha empujado a viajar a ferias y festivales, donde he podido conocer, sobre todo, colegas con quien compartir conocimientos y dudas. Socializar el trabajo, vaya, tan necesario para saber si lo que haces es útil, o no. En este caso, si la guitarra suena bien, o no.