Cuando descubrí el libro de Fukuoka Sembrando en el desierto entendí que tenía que desaprender todo lo que hasta la fecha sabía sobre la tierra y su manejo. Vengo de una familia de payeses y me inicié en la agricultura tradicional, luego trabajé de jardinero en chalets de grandes pretensiones donde lo más importante era tener flores y césped verde en verano aunque estuviéramos a 40 grados e hiciera dos meses que no llovía.
La vida que hay en el subsuelo y cómo ésta se manifiesta en la superficie es lo que ahora ocupa mi interés. El hombre tiende a simplificar las cosas. Cuando vemos un bosque sólo vemos los árboles, pero un bosque es mucho más que eso. Bajo la capa de tierra existe todo un mundo: virus, bacterias, hongos… Un mundo que mantiene una relación simbiótica con el bosque y gracias al cual éste sobrevive.
Los hongos que habitan bajo la superficie de la tierra comunican todos los árboles entre sí, permitiendo que las raíces accedan a agua y nutrientes, aun en época de sequía, como en una especie de red invisible a nuestros ojos pero vital para la subsistencia del bosque.
La agricultura tradicional ataca todo este ecosistema invisible a los ojos. El terreno donde Sa Llavor ha proyectado el Bosque es poco más que un terreno yermo, sobre pastado por las ovejas y en el que los arados han destruido toda esta riqueza microbiológica. Me interesó formar parte de este proyecto para poder aplicar todos los años de lectura y formación en la agricultura regenerativa e intentar que la vida volviera a este pedazo de tierra casi desértica.
El campo hoy en día es una industria, las plantas sobreviven porque se las alimenta artificialmente con abonos y fertilizantes. Fukuoka tuvo varios aprendices a su cargo. Él los alimentaba con un cuenco de arroz y les decía que salieran a buscar las hierbas para completar el plato. En realidad todo está ahí afuera, lo que tenemos que hacer es entrenar nuestra vista y cambiar la perspectiva con la que interpretamos la naturaleza.