Uno de los desafíos más intensos que tenemos que enfrentar en la época que estamos viviendo, es nuestra relación con los medios de comunicación.
La televisión, el ordenador, el teléfono móvil se fundan en el mismo principio: una pantalla que, gracias a la agrupación de pequeños puntos (pixeles) o líneas, induce la percepción de «imagen» y un parlante que, también gracias a la tecnología, induce la percepción de «sonido» en el usuario. Sumamos a ello un espectador que permanece inmóvil frente al aparato y que a lo sumo, mueve dedos y manos y un poco sus ojos. Se enfrenta a imágenes y sonidos que no son reales, pues no provienen de un ser que esté presente en su totalidad frente a él, sino de reproducciones elaboradas tecnológicamente.
Cuando un niño escucha o lee un relato o un cuento, su fantasía crea imágenes propias, individuales, irrepetibles que van enriqueciendo su vida interior, conectándolo consigo mismo para darle la capacidad de desarrollar sus propios sentimientos y pensamientos. Cuando el niño ve una imagen animada en la pantalla no le queda más opción que aceptarla pasivamente, perdiendo la oportunidad de desarrollar una imagen propia y, en su lugar, se yergue en su interior la misma imagen estereotipada que se presenta en millones de niños que ven la misma imagen que él. Se crea el germen para desarrollar en el futuro humanos con pocas opiniones propias, disponibles para seguir la tendencia imperante sin detenerse a cuestionarla y que continúan haciendo lo que todos hacen.
Frente a las pantallas el niño queda inmóvil, pasivo, recibiendo un aluvión de información ultra procesada. Si el niño está «aburrido» y «no sabe qué hacer», aprieta un botón y aparece un mundo lleno de aventuras y emociones listo para él. Así va aprendiendo lo «fácil» que puede llegar a ser satisfacer un deseo y salir del aburrimiento. Entonces, ¿para qué esforzarse, si esto es tan sencillo?, ¿para qué estudiar, para qué aprender a tocar un instrumento, para que salir a pasear?
Es un hecho que nuestra sociedad altamente industrializada y tecnológica favorece la sobrecarga de estímulos. Luces, sonidos, juguetes «interactivos», pantallas, teléfonos, ordenadores, avisos publicitarios, juegos electrónicos desfilan por delante de todos nosotros. Ante el cúmulo de información mediática a la que estamos expuestos va quedando poco lugar para el silencio, tan necesario para crear y cuidar nuestro espacio interior y personal.
A pesar de todo lo expuesto, estamos en el siglo XXI y es inevitable tratar con la tecnología. Una opción es acompañar al niño en el encuentro consciente y despierto con la tecnología y en este caso «más vale tarde que temprano».
Es aconsejable que el niño ya tenga las herramientas necesarias para entender la tecnología y saber que lo que nos muestra es un producto de la inteligencia humana.