EL TIEMPO CIRCULAR
“Las hojas bailaban verdes, centelleantes. Sentí que esto era el verdadero paraíso sobre la tierra. Todo lo que me había poseído, todas las agonías, desaparecieron como sueños e ilusiones y algo que se podría denominar la verdadera naturaleza se reveló ante mí.” Masanobu Fukuoka, promotor de la agricultura natural.
Si nos preguntaran sobre el tiempo diríamos que pasa demasiado rápido, que a menudo sentimos el estrés de ver cómo se nos escapa, como, al llegar al final del día, no hemos logrado hacer todo lo que habíamos planificado.
Esto no ha sido siempre así. En las sociedades antiguas, básicamente agrícolas, concebían el tiempo como una repetición constante, como el retorno circular de lo que ya había ocurrido anteriormente. El pasado volvía y el futuro, en cierta medida, era conocido. De ahí la importancia del conocimiento de las abuelas y los abuelos para aconsejar en la toma de decisiones. Eran sociedades que tenían una fuerte conexión con la naturaleza. La sucesión de los ciclos naturales, que se repiten incesantemente, marcaban un ritmo invariable e inalterable. No había posibilidad de acelerar el tiempo, ni de exprimirlo, ni de ahorrarlo. Las mujeres y los hombres, al igual que la naturaleza, estaban al servicio de las condiciones atmosféricas, de las estaciones del año y los ciclos lunares. Había un tiempo de trabajo duro y constante y un tiempo de descanso y vida social.
Al trabajar la tierra, plantar un huerto, hacer crecer un bosque, huimos del tiempo lineal, sincronizado y también escaso de la vida cotidiana para experimentar con los ciclos, comprender las pautas de la repetición y sumergirnos en otra concepción temporal.
El bosque nos invita a bailar al ritmo de la naturaleza, que es un ritmo paciente e hipnótico, como el de los derviches giratorios. Esto nos permite relajarnos y vivir más el presente.
Aprender, pero también desaprender.
Hacer, pero también deshacer.
Diluirse y expandirse, entender que ya no somos una parte, sino un todo coherente y orgánico con el entorno.
Y que en realidad no estamos sembrando semillas para hacer crecer plantas sino para hacernos crecer a nosotros mismos.