“Observad las estrellas. Si veis aparecer una nueva estrella será la señal del nacimiento de la luz en la Tierra”.

Así fue como cada uno de los tres reyes construyó una torre especial desde la cual podía observar las estrellas por la noche.
Un día el rey Gaspar se dirigió a la torre para contemplar la puesta del Sol. Por el camino se encontró con un niño que llevaba una flor blanca en la mano y le dijo: Te regalo la última flor que pude encontrar. El rey Gaspar se inclinó y le dio las gracias. Luego subieron juntos a la torre.
 Justo cuando salieron a la plataforma, empezó a ponerse el Sol y en los colores del cielo del anochecer ascendió una estrella radiante sobre el horizonte. 
¡Es la nueva estrella! -exclamó el rey Gaspar. 
Y luego pensó: de la misma forma que este niño me regaló una flor perfumada, voy a regalar incienso que llevará al cielo la fragancia de las flores como símbolo de paz en la Tierra. Bajó de la torre y se preparó para el viaje.

Hacía unas horas que el rey Melchor dormía cuando, poco antes de medianoche, le despertó una gran claridad. Entonces se abrió la puerta y un anciano se le acercó y le dijo estas palabras:
 Sol de Medianoche.
 Se levantó y subió con el anciano a la torre. Tras ascender por las escaleras oscuras, salieron al exterior y vieron el país entero iluminado a sus pies. Encima de ellos brillaba la estrella como el Sol en medio de la noche. 
¡Estrella de oro! -exclamó el rey Melchor –Te seguiré y regalaré oro como símbolo del amor del Sol en la Tierra. Luego bajó de la torre y se preparó para el viaje.

El rey Baltasar se despertó con el primer canto del gallo. Se asustó cuando vio que estaba claro como si fuera de día. ¿Tanto había dormido? ¿Acaso había dejado escapar la hora en la que la nueva estrella iba a aparecer en el cielo nocturno? 
Pero en el castillo reinaba el silencio. Nadie, excepto él, se había levantado. Con paso apresurado salió de su aposento para subir a la torre. Entonces, corriendo, chocó con un paje que justo llegaba para despertarle. El paje, al chocar, cayó al suelo y se hizo tanto daño que sangraba y no podía levantarse solo. El rey Baltasar lo recogió y lo entregó a dos ayudantes para que lo cuidaran. Después continuó su camino atravesando el patio que todas las mañanas cruzaba para subir a la torre. Pero hoy, por primera vez, se dio cuenta que había pisado continuamente un modesto arbusto que se encontraba a su paso. Triste, subió por las escaleras de la torre. Cuando llegó a lo alto, le alcanzó el rayo de la estrella de tal forma que cayó de rodillas. El rey Baltasar se acordó de su paje y bajó de la torre para ver qué tal estaba.
 Cuando cruzó el patio vio que el arbusto que había pisado estaba erguido y desprendía una fragancia maravillosa. En las partes donde el arbusto había quedado herido brotaba la resina, el bálsamo de la mirra. Entró con el bálsamo en el cuarto donde yacía el herido y le contó lo ocurrido con la estrella y también con la planta que había pisado distraídamente y que, iluminada por la luz de la estrella, justo allí donde se había lastimado, había dejado brotar el bálsamo, la resina de la mirra.
- Quiero untar mis heridas con la mirra– dijo el paje. El rey se la dio, y tras cubrir las heridas y los miembros doloridos con ella, el paje sintió de nuevo fluir la fuerza en él.
 Cuando el rey Baltasar presenció la recuperación del paje dijo: voy a regalar mirra como símbolo de buena voluntad en la Tierra. A continuación lo preparó todo para el viaje.

Los tres reyes magos se pusieron en camino. La luz de la estrella guiaba sus pasos.

Los tres reyes magos la estrella veían, siguiéndola iban con       gran alegría.

Allí donde brilla la gente se quiere, se ayuda y ofrece sus bienes.

La paz se hace en la Tierra.

Brillando en el cielo la luz de la estrella.

Adaptación del cuento de S. y P. Lienhard e I. Johanson